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Saborear una onza de chocolate tiene un precio que pocos imaginamos. Porque detrás del innegable placer que produce este antiguo alimento de los dioses (Theobroma cacao), se esconde una de esas realidades que nos asusta descubrir. 2.500 años después de que los mayas desarrollaran y explotaran el cultivo del cacao utilizando para ello básicamente esclavos, aquí estamos, en octubre de 2021, confirmando que seguimos en la misma situación, con el agravante de que hoy en día son niños, en su mayoría, la mano de obra esclavizada.
Las denuncias vienen haciéndose desde hace más de dos décadas en documentales y reportajes periodísticos. Sin embargo, los datos del último Barómetro del Cacao son desalentadores porque la realidad que reflejan es la de un problema inmenso que la industria no ha sabido, o no ha querido, resolver. El sesenta por ciento del chocolate que se consume en el mundo proviene de cuatro países del África Occidental: Costa de Marfil, Ghana, Camerún y Nigeria. En las plantaciones de esta zona geográfica trabajan más de dos millones de menores en condiciones miserables, aislados de sus familias y sin recibir siquiera una remuneración por ello.
Y es que el noventa por ciento del chocolate líquido mundial, materia prima para la industria chocolatera, lo producen sólo diez compañías que tienen acaparado el mercado y que pagan cifras ínfimas a los dueños de las plantaciones, lo que ha fomentado la esclavitud. Según el Barómetro 2020, los menores, desde los ocho años, transportan cargas pesadas, usan herramientas peligrosas, trabajan con fuego para limpiar la maleza y están expuestos a plaguicidas.
Tal vez algo cambie a raíz de la demanda colectiva que interpusieron a principios de este año ocho antiguos niños esclavos de Mali. Sus testimonios son demoledores y comprometen la ética de todas las grandes marcas de chocolates que conocemos. Porque estas compañías instigan y ayudan a perpetuar unas prácticas vergonzosas que no deberían ser compatibles con el mundo actual.
Hacer un chocolate competitivo sin explotación es posible, como lo demuestran empresas más pequeñas que se aseguran de comprar conociendo la trazabilidad del cacao y pagando un precio por encima del mercado al agricultor. Para el consumidor no implica una subida exorbitante en el precio (a veces son solo centavos) y, en cambio, el saber que se contribuye a eliminar una situación aberrante como esta esclavitud moderna es invaluable. Qué necesidad hay de procurarse el placer de un chocolate a costa del infortunio de otros. La industria del cacao debe reponsabilizarse de su papel en todo este nefasto panorama y actuar ya para ponerle fin a una situación que, a medida que nos vamos informando, se torna cada vez más incómoda
*Tomado de: https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/la-incomoda-verdad-del-chocolate-DO15934061